La catedral de Chartres


Cada año, el 21 de junio, durante el solsticio de verano, un rayo de Sol penetra a mediodía a través de un punto concreto practicado sobre el vitral de «Saint-Apollinaire», e ilumina con enorme precisión una espiga de metal brillante ligeramente dorado marcada sobre una piedra rectangular, empotrada junto a al resto de losas, cuya blancura resalta de manera especial sobre el matiz gris general del enlosado.















Alguien, hace casi mil años, dejó un minúsculo espacio vacío en uno de los vitrales; alguien más se preocupó de escoger una losa especial, se tomó el trabajo de preparar conscientemente un lugar concreto entre el enlosado para colocarla, y realizó el trabajo de practicar en ella un agujero para fijar aquella espiga dorada.

Se trata de algo más que de un simple capricho. Un enlosador no hace porque sí un agujero en un vitral para que el Sol se pose, unos días al año, en una piedra... Un vidriero tampoco transforma un enlosado para ilustrar el olvido de una partícula de vidrio en el vitral que acaba de colocar...

Cuando este acontecimiento tiene lugar, cada año, los enigmas de la catedral de Chartres se adueñan de los que se encuentran allí en ese momento…

Este templo se levanta sobre una vieja colina de la ciudad en la que ya los antiguos galos y celtas llevaban a cabo rituales mágicos. Tanto el exterior como el interior de la catedral dejan impresionado al visitante. Dentro, la luz atraviesa las excepcionales vidrieras de colores, donde predomina el rojo, amarillo, verde y, sobre todo, el famoso «azul de Chartres», presente en casi cada uno de los 175 vitrales existentes.












El vitral gótico no reacciona a la luz como un vidrio ordinario; parece tornarse una piedra preciosa que no deja pasar demasiado la luz, sino que se torna, a su vez, luminosa.

Bajo la acción directa del Sol, el vitral no proyecta su color, como lo haría un vidrio teñido, sino solamente una claridad difusa.

Sea cual sea la luz exterior, el vitral resplandece igualmente, permaneciendo tan luminoso en la penumbra del crepúsculo como en pleno día soleado.

Ningún análisis químico ha sido capaz de desvelar hasta ahora el misterio del vitral gótico.

Las gentes que hicieron Chartres no la levantaron pensando en ‘el Arte’ en el sentido que entiende la mayor parte de la gente hoy día; la construyeron con la convicción de que era ‘Útil’, si bien ahora es difícil entender cuál era aquella ‘Utilidad’.

No es por tanto una casualidad que el edificio esté situado donde se encuentra, ni que tenga una orientación insólita, ni la forma de su ojiva, su anchura, su longitud, su altura; nada en esta catedral fue realizado para ‘hacer bonito’, sino porque era necesario respecto a ‘Todo Aquello’ que provenía del entorno. Todo fue levantado para influir y actuar sobre el hombre, sobre los hombres; todo, hasta el más pequeño detalle; hasta ese laberinto que actualmente se cubre de sillas ! ; hasta la losa que ilumina el sol de mediodía en el solsticio de San Juan...

Todas estas cosas, desde las más grandes hasta los más pequeños detalles, fueron realizadas por gente que sabía lo que hacía... Y el misterio se añade al misterio, ya que hoy día aún no sabemos quiénes eran aquellas gentes y de dónde venía su saber...

¿Y por qué esta catedral magnífica, inmensa, fue construida en una ciudad aparentemente nada especial como Chartres?... Un edificio en el que, sin duda, participaron los mejores entre los mejores maestros de obra, albañiles, canteros, escultores y carpinteros… ¿No será que Chartres está, ciertamente, en un lugar especial y privilegiado?


El cerro sobre el que se encuentra la catedral de Chartres fue uno de los lugares de peregrinación más concurridos de Francia; ya antes que los cristianos, los galos acudían en masa y, mucho antes aún, los celtas. Los peregrinos de la era cristiana, tras haber orado en la Santa Abadía y haber oído misa, descendían hasta la gruta, bajo la iglesia, donde se hallaba la ‘Santa Imagen’.


Cumplían en ella sus devociones y se hacían rociar con agua del pozo que había en la cripta, o bien bebían de ella. Por la noche, se hacían contar la historia de la esta Virgen Negra esculpida por los druidas.














Cuando los primeros cristianos llegaron a Chartres, hallaron aquella estatua y se maravillaron; tuvieron una gran veneración por aquella Virgen y siguieron llamando a la cueva donde estaba la «Gruta Druídica», y al pozo que estaba junto a la gruta «El Pozo de los Fuertes». Lo que los peregrinos no sabían era que ellos tan sólo siguieron de nuevo el camino que generaciones y generaciones anteriores habían recorrido ya, pues la peregrinación de Chartres era muy anterior a los cristianos, probablemente incluso anterior a los celtas; muchas gentes antes habían acudido ya a esa gruta donde reinaba una Virgen negra conocida como Isis, Demeter o Belisama.

No se es peregrino sin esperanza de algún beneficio. Se va en busca de algo que no se puede conseguir en ningún otro sitio. Se va de peregrinación como a una cura; los enfermeros se dirigen a los lugares donde por ejemplo el agua que brota de la tierra posee algún poder de curación.

A la catedral de Chartres se debe ir en busca de lo que podríamos llamar el «Espíritu». Hay lugares donde el hombre puede impregnarse de ‘Espíritu’, o, dicho de otra manera, donde se desarrolla en él el sentido de lo divino. En la catedral de Chartres, la Tierra y el Cielo ofrecen este don a aquellos que la visitan.

Más sensibles a la acción y a las virtudes de las fuerzas naturales, los antiguos conocían mucho mejor que nosotros este tipo de lugares; nosotros nos vemos obligados, para encontrarlos, a buscar las huellas que ellos dejaron.


Hoy día ese «Espíritu» puede parecernos carente de importancia o fundamento. El antiguo nombre galo que lo identificaba era «Wóuivré»; éste es el nombre que nuestros antepasados daban, además, a las ‘serpientes’ que se deslizan por el suelo (corrientes de energía que recorren la Tierra, que serpentean bajo el suelo, y que actualmente llamamos «corrientes telúricas»), así como a los megalitos, dólmenes y templos. Esas corrientes son la manifestación misma de la vida de la Tierra y allí donde no llegan, la Tierra está como muerta, como lo estaría una parte del cuerpo humano que ya no fuese irrigada por las corrientes sanguíneas.

Las corrientes de la Tierra son numerosas y diversas, pero bajo la catedral de Chartres existe una corriente particularmente sagrada, capaz de despertar la parte ‘espiritual’ del hombre.

En esta catedral nace lo divino, y es necesario, por tanto, que nada ni nadie destruya esa corriente. Es por eso que de todas las catedrales de Francia, Chartres es la única donde no se ha inhumado ni rey, ni cardenal, ni obispo. El Cerro debe permanecer ‘virgen’.



Al entrar en el templo, nos encontramos con el Laberinto.













En realidad no se trata de un laberinto en sí, ya que es imposible perderse, y sólo tiene un ‘camino’ posible que conduce al centro; esto indica que se tuvo especial empeño en que la gente que se adentrara en él siguiera un trazado determinado, recorriendo un único camino, y no otro.

El camino hay que hacerlo descalzo, y no por penitencia, sino porque los pies deben estar en contacto directo con la piedra, acumuladora de las virtudes de la corriente energética que emergen de éste lugar.

Aquel o aquella que llega al centro del laberinto tras haberlo recorrido entero, será transformado y será capaz de sentir una apertura intuitiva a las leyes y armonías naturales, que quizá no comprenderá, pero que sin duda sentirá dentro de sí.