Las Vibraciones


Toda la materia está compuesta de átomos (protones, neutrones y electrones) que se mueven constantemente a diferentes velocidades, dependiendo de la densidad de cada materia; este constante movimiento crea vibración y, por tanto, todo, absolutamente todo vibra


Incluso las piedras se están moviendo, aunque el ojo humano no sea capaz de distinguirlo; vibran a nivel muy bajo (o tienen muy baja vibración), pero vibran. La luz, en cambio, se ‘mueve’ a una gran velocidad, y tiene por tanto una alta vibración (muy rápida).

La física cuántica establece que el movimiento constante de los átomos (la vibración) supone la creación de energía, y por tanto, todo en este mundo es energía.

La luz es una fuente de mucha energía, y las piedras, como es evidente, generan muy poca energía (pero generan…).

Toda vibración se produce con una frecuencia determinada; esta frecuencia es el número de vibraciones por segundo. Es de vital importancia tener una referencia en relación a la vibración natural y óptima de cualquier persona para poder establecer qué otras vibraciones del entorno pueden afectarle de una manera u otra, positiva o negativamente.

Cada célula de nuestro cuerpo tiene una frecuencia determinada; cada grupo de células con la misma frecuencia generan una nueva frecuencia que está en armonía con la original. Las células se agrupan formando órganos y tejidos que igualmente vibran en frecuencias armónicas, para generar finalmente una frecuencia tonal (global) de todo nuestro cuerpo. Las vibraciones vitales se miden por su longitud de onda, en Angstroms (Å), una unidad que equivale a dividir un milímetro en 10.000 partes.

Se considera que en una persona el límite entre la enfermedad y la salud se encuentra en los 6.500 Angstroms (Å), y que cuánto más aumenta este valor mejor es su salud, y que en cambio, cuánto más disminuye más débil se sentirá, más en baja forma, más enferma, y, a un cierto nivel, llegaría en su punto extremo de la ‘no vibración’ que es el que todos conocemos como la ‘muerte’.

Estamos constantemente afectados por las llamadas Ondas Nocivas (O.N.), y, por otro lado, también nos pueden afectar ciertas Ondas Benéficas (mucho menos a menudo). Partiendo de esta base, hay que considerar que si las ondas o radiaciones que nos afectan tienen, por ejemplo, un índice vibratorio de 2.000 Å, nos debilitarán o harán empeorar nuestra salud. Cuánto más bajo sea el índice vibratorio de la O.N. que nos afecta y más grande es el tiempo de exposición, más grande será el daño que podemos sufrir. Por otro lado, si nos afectan ondas benéficas con, por ejemplo, un índice vibratorio de 22.000 Å, de entrada será beneficioso y aumentará nuestro índice vibratorio, pero también es importante el tiempo de exposición, ya que una exposición larga nos alejará de los niveles medios saludables, que recordemos que están establecidos entre 6.500 Å y 8.000 Å.

Analizando todo lo anterior, podríamos decir que incluso las palabras y los sentimientos son también vibración. Seguro que todos nosotros hemos llegado alguna vez a un lugar donde recientemente ha habido una fuerte discusión y hemos tenido la sensación que el aire (el ambiente) está ‘cargado’; esto se produce debido a que la ‘vibración’ de las palabras y los sentimientos negativos quedan durante un periodo de tiempo vibrando en aquel lugar.

Todo esto no nos tendría que parecer tan ilógico si pensamos en el hecho que simplemente con cualquier emoción se generan reacciones ‘visibles’ en nuestro cuerpo, como el aumento de la velocidad de batido del corazón, temblor muscular, aumento o disminución a la temperatura corporal, etc... y que, por tanto, la ‘vibración’ de las emociones desencadena nuevas vibraciones que provocan todos estos cambios físicamente detectables.

Sólo existen dos emociones básicas, el amor y el miedo. El resto de emociones son combinaciones en diferentes proporciones de estos dos extremos. Tendremos una vibración alta o positiva en el caso del amor y una vibración baja o negativa en el caso del miedo.

Llegando al extremo podemos decir que incluso los pensamientos generan una frecuencia vibratoria, y que, de hecho, el acto de pensar activa neuronas del cerebro que, como ya se ha dicho, están formadas por átomos que vibran y generan energía constantemente.


Si viésemos nuestro cuerpo físico desde el punto de vista de un investigador de física cuántica, nos daríamos cuenta que está formado por átomos, y que los átomos están dispuestos a través de espacios vacíos, apareciendo, desintegrándose, desapareciendo constantemente. Estas partículas no son objetos materiales, aunque parezcan serlo; en realidad se trata de fluctuaciones de energía en el campo energético.

Si hiciéramos un tipo de zoom enorme para ver nuestro cuerpo tal cual es, lo veríamos tan vacío como vemos el universo. Cada átomo sería como un sistema solar completo.

Cuando tocamos un objeto lo notamos o sentimos sólido, como si hubiera un límite definido entre éste y nosotros, pero en realidad no es más que la sensación que obtenemos cuando unos átomos chocan contra otros átomos. Esta es nuestra interpretación de la solidez, dada la sensibilidad (o relativa insensibilidad) de nuestros sentidos conocidos. Con cada ‘encuentro’ o contacto intercambiamos información y energía, y cuando al separamos siempre nos ‘transformamos’ un poco.

Las ondas electromagnéticas con frecuencias más altas transportan más energía que las ondas de menor frecuencia.


La radiación ionizante es aquella cuyas ondas electromagnéticas transportan tanta energía que son capaces de romper los enlaces entre las moléculas. De las radiaciones que componen el espectro electromagnético, los rayos gama que emiten los materiales radiactivos, los rayos cósmicos y los rayos X tienen esta capacidad. Las radiaciones sin energía suficiente para romper los enlaces moleculares no son ionizantes, y no pueden romper enlaces moleculares.

Hay que preocuparse por los efectos de todos los campos electromagnéticos, ya que todos afectan y alteran nuestras células, pero muy especialmente por las radiaciones ionizantes, que son capaces de matarlas.

El ojo humano tiene una capacidad muy limitada y no es capaz de ver radiaciones de longitudes de onda mayores a la de la luz ultravioleta (UV), ni menores a la de la luz infrarroja, lo cual no quiere decir que no existan. Sin duda estaríamos más preocupados por los efectos de los campos electromagnéticos si pudiéramos ver todo el espectro de radiaciones.